Mensaje de Monseñor Bartolomé Buigues Oller para esta Solemnidad de Pentecostés
Vivimos la alegría del don del Espíritu, el acontecer de un nuevo Pentecostés en nuestra Iglesia Diocesana. Si en el primer Pentecostés la Iglesia naciente fue inundada de su efusión, transformada por su acción y lanzada a continuar la misión de Cristo, también hoy acontece eso mismo, si de verdad somos dóciles a su actuación.
El Espíritu es principio y dinámica de profunda renovación. Así lo atestigua el salmo 104: “Si envías tu espíritu, renuevas la faz de la tierra.” También S. Pablo, cuando escribía a los romanos: “Transfórmense mediante la renovación de su mente, para distinguir la voluntad de Dios” (Rm 12,2)”, cita que nos inspiró en el proceso de Discernimiento Diocesano. Y la Iglesia, siendo evangelizadora, “siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, impulso y fuerza para anunciar el Evangelio”. ¿Qué renovación, estimo yo, que el Espíritu Santo quiere realizar en nuestra amada Diócesis?
Profundizar nuestra incorporación a Cristo que inició en el bautismo, renovar nuestro encuentro y relación con Él, fortalecer el seguimiento a Él como discípulos
El propósito de Dios es conformarnos a la imagen de su Hijo. A medida que el fruto del Espíritu se produce en nosotros, mostramos la semejanza de Cristo en nuestras actitudes y respuestas. Por el don del Espíritu en el bautismo, fuimos configurados con Cristo, ungidos, consagrados como Él, sacerdotes, profetas y reyes, para vivir de Él, para compartir su misma Vida divina. El Espíritu mantiene constantemente esa unidad con Cristo, es el artífice de la vida cristiana.
No hay renovación posible, si no parte de profundizar nuestra unión con Cristo, volvernos a Él, recomenzar desde Él y permitir que su amor transforme nuestras vidas. Nuestra fe es, nuclearmente, el encuentro con una Persona, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Cfr. Deus caritas est 1). El encuentro con Cristo suscita fascinación y disposición a seguirlo, la vinculación íntima a su Persona conformarse con su mismo estilo de vida y sus motivaciones, hacerse cargo de su misión.
Renovar nuestra comunión con los seguidores de Cristo, adentrarnos en la dinámica sinodal de la iglesia, nuestro compromiso en los distintos ministerios
El Espíritu es al Amor de Dios que se hace íntimo en nuestros corazones, es fuente de comunión en Cristo de todos los que le seguimos. A Cristo lo conocemos y podemos seguirlo en la Iglesia, que nos ofrece la riqueza de los sacramentos. Particularmente, la eucaristía, es expresión cumbre de la comunión al comulgar todos con Cristo.
El seguimiento de Cristo origina la comunidad cristiana. No se puede seguir a Cristo, sino en la comunidad. Somos Iglesia, caminamos juntos inspirados por el Espíritu que nos permite coincidir en medio de nuestras diferencias. El proceso de la sinodalidad ha renovado nuestra experiencia y nuestro deseo de una Iglesia que sea casa y familia. Crecemos así, en sentido de pertenencia eclesial, de corresponsabilidad en la común misión de la evangelización, viviendo las distintas vocaciones, aportando los distintos carismas y ministerios.
Renovar nuestro compromiso misionero en conversión pastoral. Situarnos en salida, en estado de misión, para servir mejor a la misión de Cristo en la iglesia
La misión de la Iglesia es la evangelización que “constituye su dicha y vocación propia, su identidad más profunda. Ella “existe para evangelizar”, llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, por la sola fuerza divina del Mensaje, del Evangelio, transformar desde dentro, convertir la conciencia personal y colectiva de los hombres”
El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado a anunciar el evangelio. Nos sentimos todos convocados en la común misión de evangelizar y tratamos de llegar a todos con la propuesta del Evangelio. La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas. Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio.
Recuperar la frescura original del Evangelio y anunciarlo con toda su fuerza es una necesidad urgente e impostergable. Exige una conversión pastoral, un cambio de mentalidad, de actitudes, de estructuras, método y lenguaje que nos pongan en estado permanente de misión. Nos desinstalamos, nos situamos en salida como una Iglesia de puertas abiertas para llegar a las periferias existenciales. Priorizamos lo que nos lleve a la cercanía y la escucha misericordiosa, los gestos de cariño y el primer anuncio de Cristo, persona a persona.
Necesitamos la acción renovadora del Espíritu y el Señor nos lo regala en este nuevo Pentecostés para nuestra Iglesia Diocesana de Alajuela. Abrámonos a Él sin reservas, entremos sin miedo en la dinámica que quiere suscitar. María desde el Pilar, y su esposo San José nos regalen su misma docilidad y disponibilidad al Espíritu.