HOMILÍA EN LA NOVENA DE NTRA. SRA. DE LOS ÁNGELES

Diócesis de Alajuela – 23 de julio 2024

Queridos hermanos en Cristo. Es una bendición y una alegría inmensa estar aquí hoy, como culmen de la peregrinación, en la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, con todos ustedes, peregrinos de nuestra querida diócesis de Alajuela y todos los que se unen en esta eucaristía, presencialmente y a través de los medios de comunicación. Comenzamos hoy la novena de preparación para la gran fiesta de nuestra Madre, la Virgen de los Ángeles. Nos inspira la Palabra de Dios que acabamos de escuchar y el lema que tenemos para este día: María, Madre y Reina de la Unidad, y, en consecuencia, preguntarnos cómo podemos contribuir y ser artífices de unidad siguiendo su ejemplo.

La Palabra de Dios hoy nos ofrece una rica meditación sobre el amor y la misericordia de Dios, y sobre la unidad que somos llamados a vivir como familia de los hijos de Dios.

El profeta Miqueas, en la primera lectura, es portador de la alabanza del pueblo al poder de Dios, curiosamente, porque perdona el pecado y la culpa y se alegra en amar y perdonar. El mayor enemigo es el pecado y éste es arrojado a lo hondo del mar como en otro tiempo el ejército de Egipto. Si el mal dispersó al pueblo por las malezas, el pastoreo misericordioso de Dios lo reconcilia y restaura, lo convoca a la unidad, realizando un nuevo éxodo en Israel.

También, en el salmo, hemos invocado la misericordia de Dios. Es la dinámica en la que se mueve toda la historia bíblica que, por ello, es historia de salvación, la historia del amor misericordioso y compasivo de Dios. Cuando todo parece perdido, interviene su compasión que perdona y restaura, vuelve a salvar. No queda nada del antiguo pecado, todo vuelve a ser nuevo.

En el evangelio, el anuncio de la visita de la madre y los hermanos, da pie a Jesús para aplicar esa relación familiar a sus discípulos. Ser discípulos de Jesús exige una relación personal de hermandad con Él por la identificación con la voluntad del Padre. Surge, con ello, una nueva familiaridad basada en la fe y la obediencia a la voluntad de Dios, una nueva familia por la común unidad con Cristo que nos hace profundamente hermanos.

María, nuestra Madre, hizo vida esta Palabra. Su “sí” al plan de Dios fue un acto de fe absoluto, abandonándose en el Señor, poniéndose por entero al servicio de su plan de amor y salvación en un camino de discipulado. María nos enseña a escuchar con el corazón, como lo hizo en la Anunciación y en las bodas de Caná. Todos los que creemos en Cristo y nos ponemos en camino de discipulado, podemos encontrar en ella una Madre que nos convoca en unidad en la Iglesia.

María, que experimentó la misericordia de Dios para con ella y que compartió progresivamente los sentimientos de su hijo Jesús, colaborando finalmente en su redención, es testigo de cuánto es la compasión y la misericordia lo que restaura y reconcilia. Al pie de la cruz, perdonó a quienes crucificaron a su Hijo, acogiéndolos maternalmente en el amor redentor.

Al aceptar ser la Madre del Salvador, también aceptó ser la Madre de todos nosotros. En el Calvario, Jesús nos la entregó como Madre cuando dijo a Juan: “Ahí tienes a tu madre”. Como tal, estuvo con los discípulos en oración después de la ascensión de Jesús. María, es, en verdad, Madre de la unidad porque nos une en su Hijo. Ella nos acoge a todos bajo su manto, sin distinción, y nos invita a vivir en comunión y amor fraternal.

Estamos llamados, entonces, a ser artífices de unidad a ejemplo de María. Estos son algunos caminos para ello, con aportes de nuestro Plan Diocesano de Pastoral que acabamos de promulgar.

El discipulado tras de Jesús es lo que origina la unidad

La fe, como apertura al designio amoroso de Dios sobre nosotros es el camino hacia la verdadera unidad. Cuando ponemos a Dios en el centro de nuestras vidas y buscamos cumplir su voluntad, creamos un lazo que nos une profundamente con nuestros hermanas y hermanos. Podemos contribuir a la unidad, entonces, viviendo nuestra fe de manera auténtica, puesto que ella genera la comunidad, que es el ámbito genuino para vivirla.   

Para fortalecer la comunión, como decimos en nuestro Plan de evangelización, toda la actividad evangelizadora de la comunidad cristiana debe conducir al encuentro con Cristo y formar auténticos discípulos misioneros, a través de un proceso de iniciación, que desemboque en un proyecto de vida desde la fe y la integración en la comunidad cristiana. 

La oración comunitaria fortalece la unidad entre los creyentes, crea un vínculo espiritual que nos une más profundamente. Es necesario promover y cultivar la vida espiritual de los discípulos misioneros, una espiritualidad centrada en la relación personal y comunitaria con Jesucristo, que acreciente la alegría del Evangelio e impulse a comunicarla por el testimonio personal.

Sólo desde la misericordia y la compasión es posible la unidad

Es la compasión, la misericordia, que se expresan en la cercanía cordial, el acompañamiento, el servicio, la reconciliación y el perdón, lo que propicia la unidad. Se requiere un trabajo para construirla, la tarea continua de superar nuestras diferencias y construir puentes de paz. Quitar obstáculos para que emerja el amor a través de la reconciliación. El perdón sincero y la búsqueda de la paz son esenciales para la unidad.

En este sentido, nos hemos propuesto en nuestro Plan Diocesano de Evangelización potenciar la expresión de la caridad cristiana a través de la pastoral social-cáritas con proyectos de atención integral a los necesitados. Acercarnos y acompañar a los pobres y descartados, abrazar a la humanidad herida por situación de calle, adicciones, migración, violencias, promoviendo procesos de sanación, liberación y justicia. Propiciar el desarrollo de una economía solidaria y sustentable, al servicio de las personas. 

Son también propósitos del Plan promover una cultura de ambientes eclesiales sanos y seguros, libres de abusos sexuales, de conciencia y de poder. Ofrecer servicios pastorales de escucha y consejería para abordar dificultades emocionales, crisis existenciales y el cuidado de la salud mental. Implementar un servicio pastoral para el cuidado de la casa común. Generar procesos de educación en la ecología integral.

Estamos llamados a ser agentes de reconciliación comprometiéndonos a generar una cultura del cuidado, la pastoral del acompañamiento, acompañar los procesos de reconocimiento, sanación y reparación, el cultivo de una espiritualidad del cuidado de la creación.

La unidad, un camino a recorrer juntos

En este sentido, consideremos la invitación a la sinodalidad que nos hace el Papa Francisco. La sinodalidad es hacer camino juntos, escucharnos mutuamente, construir relaciones basadas en la confianza, el respeto y el amor fraterno, orientar el camino común desde el discernimiento de la voluntad de Dios.  

Seamos una Iglesia que escucha. Construyamos la comunidad desde la participación activa y el diálogo abierto y sincero. Promovamos un ambiente de amor y respeto donde todos nos sintamos escuchados y valorados y nos acompañemos mutuamente en nuestro camino de fe. En nuestras parroquias y comunidades, involucrémonos en los consejos parroquiales, grupos de pastoral y ministerios, aportando nuestras ideas y escuchando las de los demás. Qué bueno que podamos organizar sesiones de escucha comunitaria, donde los participantes tengan la oportunidad de expresar sus pensamientos y preocupaciones para construir una comunidad abierta a todos.

La sinodalidad nos llama a discernir juntos la voluntad de Dios. Este discernimiento comunitario nos ayuda a tomar decisiones buscando siempre la guía del Espíritu Santo. Hemos vivido en nuestra Diócesis de Alajuela un proceso de Discernimiento Diocesano durante tres años, pero el discernimiento debe ser la actitud constante en nuestro caminar. Implementemos procesos de discernimiento comunitario para tomar decisiones importantes, basado en la oración, el diálogo y la búsqueda del bien común.  

La sinodalidad se vive de manera concreta en nuestros ámbitos cotidianos. En la familia, practiquemos la escucha activa, el respeto mutuo y la resolución pacífica de conflictos. Cultivemos un ambiente de amor y apoyo, donde cada miembro se sienta valorado y amado. Participemos activamente en la vida parroquial. Ofrezcamos nuestro tiempo y talentos en los ministerios y grupos parroquiales. Fomentemos un espíritu de colaboración y apoyo mutuo, trabajando juntos por el bien de nuestra comunidad. Vivamos la fe en nuestros lugares de trabajo y estudio. Seamos honestos, justos y respetuosos con todos. Construyamos relaciones basadas en la confianza y el respeto, promoviendo un ambiente de trabajo y estudio armonioso y cooperativo.

Como Iglesia sinodal, estamos llamados a ser agentes de cambio en nuestra sociedad. Involucrémonos en iniciativas que promuevan la justicia y la paz, el bien común para que todos puedan vivir dignamente. Trabajemos juntos para superar las divisiones y construir una sociedad más justa y solidaria.

Nos comprometemos en el Plan de Evangelización a promover la espiritualidad de comunión, la sinodalidad, la vivencia comunitaria de la fe y el sentido de pertenencia a la Iglesia, así como la dimensión ministerial y la unidad de todos los agentes pastorales. A generar y fortalecer la experiencia comunitaria en los niveles de Iglesia (Familias Evangelizadas, Comunidad Eclesial de Base, Diaconía, Parroquia, Diócesis), los grupos y movimientos, los distintos agentes y ámbitos pastorales. Estamos abiertos al diálogo ecuménico e interreligioso. Y el Papa Francisco nos ha invitado a promover la amistad social y la fraternidad universal, el cuidado de la Casa Común.

Nos encontramos en un ámbito propicio para crecer en unidad. Va a culminar el próximo mes de octubre el Sínodo al que nos ha convocado el Papa Francisco, un acontecimiento eclesial abierto ampliamente a la participación del pueblo de Dios, que se plantea cómo crear el ambiente para que nuestra Iglesia crezca en comunión, participación y entrega misionera. Nos preparamos al Jubileo con este año dedicado a la oración. El Jubileo del próximo año 2025, con el lema “Peregrinos de esperanza”, será un don especial de gracia, expresión de la misericordia divina, como dice el Papa Francisco, para ayudar a “restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que percibimos como urgente”.

Que la Virgen María, Nuestra Señora de los Ángeles, y su esposo San José, intercedan por nosotros y nos guíen en nuestro camino sinodal. Que su amor y su ejemplo nos inspiren a construir un mundo más unido y fraterno, reflejo del Reino de Dios.

   + Fray Bartolomé Buigues Oller, TC

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