Homilía para la Misa Crismal, Jueves Santo 2025

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“Jesucristo, muerto y resucitado, fundamento de nuestra esperanza”

Queridos hermanos sacerdotes, queridas hermanas y hermanos en Cristo de esta amada Iglesia particular de Alajuela y otros que nos visitan: La Iglesia, esposa de Cristo, nos convoca hoy para celebrar el memorial de aquel sacerdocio santo que brota del costado abierto de Cristo, el don del sacerdocio ministerial y de los sagrados óleos que significan la comunión eclesial y santifican nuestra misión. Se nos invita, a redescubrir la unción que hemos recibido, a reavivar el fuego de nuestra vocación. En este Año Jubilar, mientras peregrinamos hacia la misericordia del Padre, reconocemos que “Jesucristo, muerto y resucitado, es el fundamento de nuestra esperanza.” Volvemos la mirada hacia Él, el Ungido del Padre, que nos ha llamado, nos ha ungido y nos ha enviado. Todos compartimos su sacerdocio común desde el bautismo, no por méritos, sino por elección y gracia. Las lecturas que hemos escuchado destacan la fidelidad de Dios que elige, consagra y envía a un servicio liberador. Lo hace a través de la unción en la que el aceite sagrado, el santo crisma, simboliza el Espíritu que fortalece a la Iglesia para ser signo de salvación en el mundo. En la primera lectura, Isaías (61,1-3.6.8-9) expresa con fuerza la misión del ungido del Señor: anunciar la Buena Noticia a los pobres, vendar los corazones heridos, proclamar libertad y consuelo. Como pueblo sacerdotal, los bautizados somos configurados con Cristo, estamos llamados a ser instrumentos de liberación y consuelo. Hemos sido ungidos no para nosotros mismos, sino para los demás, para los heridos, los olvidados, los que necesitan esperanza. El salmo (88(89),21-22.25.27) proclamado es un canto de fidelidad y confianza en Dios. Nos recuerda que nuestra vocación y misión nacen del amor eterno del Señor, que no se retracta de sus promesas. “Encontré a David, mi servidor y lo ungí con el óleo sagrado”: en medio de nuestras debilidades y límites, este salmo nos invita a mirar a Aquel que nos ha llamado y que nos sostiene. El Apocalipsis (1,5-8) proclama a Cristo como “el Testigo fiel”, el Primogénito de entre los muertos, el “Sacerdote” que nos ama y nos liberó con su sangre. Todo ministerio nace del amor redentor de Cristo. Somos sacerdotes porque Él nos ha amado hasta dar la vida. No es una dignidad que nace de nuestras capacidades, sino un don que nos configura con Aquel que murió y resucitó.

Podemos renovar nuestra esperanza porque Cristo es el Alfa y la Omega, el Señor de la historia, y en Él, nuestra entrega tiene sentido y fecundidad. Jesús, al comenzar su ministerio en la sinagoga de Nazaret, proclama (Lucas 4,16-21) que, en Él, se realiza la profecía de Isaías. Su unción tiene rostro, gestos concretos, opción por los pobres, anuncio de libertad y gracia. Este momento define su misión y la de la Iglesia. Estamos llamados a prolongar la misión de Cristo en la historia, a hacer presente su cercanía, su palabra, su compasión. Hoy también se cumple esta Escritura cuando un sacerdote entrega su vida con amor por el pueblo. 1. Cristo, el Ungido que nos convoca Jesús, en la sinagoga de Nazaret, revela su identidad como el Mesías, el Ungido enviado para llevar la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los cautivos y la misericordia del Jubileo (cf. Lv 25). Él es el sacerdote eterno (Hb 7,24), cuya unción no proviene de aceites terrenales, sino del Espíritu Santo. 2. Los óleos: sacramento de la ternura de Dios, signos del Espíritu en medio del Pueblo En esta mañana santa, bendecimos los óleos con los que la Iglesia unge y consagra, consuela y fortalece. Son más que simples aceites, son signos de la cercanía de Dios, signos de esperanza. – El óleo de los catecúmenos nos habla de la Iglesia madre que engendra hijos en la fe. En un mundo donde muchos buscan respuestas, somos llamados a ser puertas abiertas, no guardianes de clubes exclusivos. Nos recuerda que la Iglesia está en salida, llamada a acoger a quienes buscan la fe. – El óleo de los enfermos es el consuelo de Dios hecho carne en el dolor. Nuestras manos, al ungir las frentes marcadas por el sufrimiento, deben transmitir la certeza de que Dios no abandona a sus hijos. Proclama que, incluso en la fragilidad, Cristo nos unge con su consuelo. – El santo crisma, mezcla de perfume y aceite, es símbolo de nuestra identidad más profunda: hemos sido marcados por Cristo. ¡Qué gran misterio! Simboliza la dignidad bautismal y el sacramento del Orden, que nos configura con Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey.

Testigos de la alegría pascual y en dinámica de renovación jubilar: volver a la fuente, al primer amor El Jubileo es gracia de conversión. Como san Pablo nos exhorta: «No reciban en vano la gracia de Dios» (2 Co 6,1). En este año santo, el Señor nos invita a: – Redescubrir la alegría de ser ungidos para servir, no para dominar (cf. Mc 10,42-45). El Papa Francisco nos lo ha dicho con claridad: «El pueblo espera de nosotros un testimonio de cercanía, de compasión, de ternura» (Cf. Evangelii Gaudium, 270). Cuando el cansancio o la rutina amenazan con secar nuestro corazón, recordemos que el buen pastor conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (Jn 10,11). – Sanar las heridas del rebaño con la compasión del Buen Samaritano, llevando el perdón jubilar a los alejados. En un mundo dividido, el sacramento de la reconciliación es nuestro don más grande. No podemos ser carceleros de la gracia, sino canales de misericordia. – Avivar el fuego del Espíritu, como aquellos primeros discípulos de Emaús, cuyo corazón ardía al escuchar la Palabra (Lc 24,32). Sin vida interior, nuestro ministerio se convierte en activismo estéril. El Papa Francisco, en su homilía de la Misa Crismal del 2023, nos decía con fuerza y ternura: “Hermanos, renovemos hoy con gratitud la unción del Espíritu, que nos ha ungido y nos envía a ungir al pueblo santo de Dios: a los pobres, a los cautivos, a los oprimidos… A llevar la buena noticia a todos.” Eso somos, hombres marcados por la unción, no para el prestigio, sino para el servicio; no para el aislamiento, sino para la cercanía. En un mundo que a menudo pierde la esperanza o la pone en lo superficial, nosotros somos testigos de la esperanza verdadera, la que brota del sepulcro vacío, la que nace del amor que vence la muerte. «El sacerdote es un hombre enamorado de Cristo, que vive para Él, que se deja ungir por Él para ungir a su pueblo» (Papa Francisco Discurso a los sacerdotes, 2023). Al renovar hoy nuestras promesas sacerdotales, los invito a hacer memoria agradecida del día en que fuimos ungidos con el óleo del Crisma. Recordemos el ardor de esos primeros años, la ilusión del primer envío, la alegría de servir. No dejemos que el polvo del camino o el desgaste cotidiano nos robe el entusiasmo del Evangelio. El pueblo de Dios necesita pastores con el corazón en Cristo y los pies en el camino.

Sé que no siempre es fácil. Cargamos nuestras propias fragilidades, y muchas veces, también las de los demás. Vivimos en un contexto que no siempre comprende o valora nuestro servicio. A veces el peso de la rutina, las heridas sin sanar, las incomprensiones o el cansancio pueden apagar la alegría del Evangelio. Cristo nos eligió para ser testigos de su amor, ministros de su gracia, pastores según su corazón y hoy, en este Jueves Santo, nos vuelve a llamar. Al renovar nuestras promesas sacerdotales, los invito a hacerlo desde la memoria agradecida y la esperanza viva. Que este Jubileo sea para cada uno de nosotros un tiempo de gracia, de conversión profunda, de recuperación del ardor y del sentido. No fuimos ordenados para una función, sino para una misión, y esta misión tiene rostro: el rostro de Cristo, el rostro del pueblo, el rostro de cada hermano y hermana que acompaña nuestro caminar. Vivamos como hombres ungidos, no como funcionarios del culto, sino como pastores que huelen a oveja, como dice el Papa, pastores que se desgastan en el servicio, que lloran con los tristes y se alegran con los alegres. La unción que hemos recibido no se gasta, pero sí se puede apagar si no la cuidamos con la oración, la fraternidad y la cercanía al pueblo. El óleo que bendecimos hoy será llevado a cada rincón de la diócesis, así también, nuestro ministerio debe alcanzar a todos, especialmente a los más heridos, a los que buscan sentido, a los que necesitan experimentar el amor de Dios. Como obispo y hermano, los abrazo con ternura y esperanza. Conozco sus gozos, sus cargas, sus silencios y su generosidad. Los acompaño en sus luchas y en su entrega diaria. Gracias por ser signos vivos del Buen Pastor, por su ministerio silencioso vivido con dedicación y entrega, por su fidelidad cotidiana. Gracias por ser instrumentos de misericordia, por sostener la vida de las comunidades, por ser sembradores del Reino en esta porción del pueblo de Dios que es nuestra amada Diócesis de Alajuela. En este día, al renovar nuestro “sí”, miramos a María, Madre del Sacerdote Eterno. Ella, que guardaba todas las cosas en su corazón (Lc 2,19), nos enseña a ser: – Hombres de escucha, que prefieren el silencio del Sagrario al ruido de las vanidades. – Pastores con las manos manchadas por el servicio en el encuentro con los más necesitados, no manchas por el poder. – Heraldos de la esperanza, que anuncian sin miedo: ¡Cristo vive y camina con su pueblo!

Y a todos ustedes, queridos fieles, les pido que oren por sus sacerdotes. Ámenlos, sosténganlos, acójanlos con misericordia. El sacerdote no es un superhombre, sino un hombre de Dios que camina junto a ustedes regalándoles los dones preciosos que ha recibido gratis, la Palabra y los sacramentos, la caridad pastoral; y nutriéndose de la cercanía y el cariño de ustedes, de sus palabras y gestos de gratitud que les confortan y en las que encuentra el sentido de su ministerio, el encargo recibido de Cristo Sacerdote. Que el Espíritu Santo, cuyo fuego nos consagró un día, a todos en el bautismo, y a algunos como sacerdotes ordenados, renueve hoy en nosotros el don de su amor. Que, en este Jubileo, nuestra Diócesis de Alajuela sea tierra de misericordia, donde el Pueblo de Dios reconozca en sus pastores el rostro del Ungido. María, Madre de los sacerdotes, y su esposo San José, interceda por nosotros. ¡Jesucristo, muerto y resucitado sea en verdad, fundamento de nuestra esperanza.

+Mons. Bartolomé Buigues Oller,obispo de Alajuela.

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